La peste porcina que tumbó el mercado chino se acerca a las distintas granjas españolas
No es fácil entrar en una granja de cerdos. Las explotaciones están valladas perimetralmente y toda entrada es registrada. Antes de cruzar, el visitante debe limpiar su vehículo —ya sea en un vado, con mochilas pulverizadoras, arco o máquina a presión—.
También es obligatorio cambiarse de ropa y calzado, así como desinfectar las herramientas o equipos que el visitante lleve consigo (que deben de ser de uso exclusivo en esa explotación). A nosotros nos parecen tediosos los protocolos higiénicos que el coronavirus trajo hace dos años, pero las granjas porcinas llevan décadas lidiando con ellos.
No es para menos. A España le costó más de treinta años erradicar la peste porcina africana (PPA) en 1995, con el gasto de 10.000 millones de pesetas y el sacrificio de 3,5 millones de cerdos. De hecho, las fronteras estuvieron cerradas para la exportación de animales vivos y carne durante décadas. Un golpe económico de fuertes implicaciones para la que hoy es conocida como ‘la granja de Europa’, con una cuota de más del 30% en cuanto exportaciones de carne porcina como de animales vivos, según datos de la Comisión Europea a cierre de octubre.