El totalitarismo liberal

Escribe Miguel Ángel Aguilar en Cinto Días.com–Ahora que la crisis arrecia, observamos que de aquellos propósitos enunciados cuando las reuniones del G-20 iban a refundar el capitalismo, terminar con los paraísos fiscales, regular las transacciones financieras, exigir la identidad de los agentes, gravar con tasas esos movimientos, y toda una batería adicional de medidas en aras de aplicar lo aprendido, se ha borrado cualquier rastro. Todo se ha reducido al intento de superar la situación aumentando la dosis de la farmacopea habitual y confiando a ciegas en la omnisciencia del mercado. Se parte del postulado, resumido por Tzvetan Todorov en su libro La experiencia totalitaria (Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2010), según el cual si los hombres no se dedicaran a entorpecer el curso natural de las cosas con sus proyectos y sus planes, todo iría a mejor en el mejor de los mundos.

Este curso natural consistiría en no poner el menor obstáculo a la libre competencia y, por lo tanto, en que el Estado jamás interviniera para corregir sus posibles efectos indeseables. En línea con Hayek, vendría a decirse que lo que en el pasado hizo posible el desarrollo de la civilización fue el sometimiento del hombre a las fuerzas impersonales del mercado, gobernadas por la mano invisible de Adam Smith o por la astucia de la razón de Hegel que, en definitiva, resultan ser variantes del sentido de la historia del que hablaba Marx.

La primera cuestión a examinar es que lo que diferencia al hombre de los demás seres vivos es precisamente la capacidad que solo él tiene de proponerse fines, planes y proyectos. Pero es en el desarrollo de esa capacidad donde radica la transformación que hemos experimentado desde el estado de naturaleza hasta la situación actual. Porque son esos proyectos nuestros los que nos han permitido reducir las incertidumbres que nos angustiaban y hacer frente al azote de las inclemencias naturales. Es decir, progresar en la senda de la civilización.

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