La banca privada vive su propia revolución
La Directiva europea MiFID II, que entró en vigor el pasado mes de enero, tiene en su ADN la necesidad de dotar de una mayor transparencia a las empresas de servicios de inversión, además de reforzar la protección del inversor y ello obliga a hacer no pocas modificaciones en lo que respecta a los modelos de negocio de las entidades financieras. Una de las que más se ha hablado es la limitación que impone en cuanto a las retrocesiones -comisiones que los distribuidores se cobraban de las gestoras-, que solo se permitirán en los servicios de ejecución, siempre que se ofrezca una amplia gama de productos de terceros, y de asesoramiento no independiente a cambio de que se ofrezca algún tipo de valor añadido. La gestión discrecional de carteras, eso que tanto están ofreciendo ahora los bancos, y el asesoramiento independiente se quedan fuera, y de ahí que uno de los sectores que vayan a verse más afectados sea el de banca privada, al que se le presupone cierta independencia a la hora de seleccionar los activos donde invierten sus clientes más adinerados.
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