“Que se vayan todos”, sin distinción
La protesta del 25-S se enfocó contra el Parlamento sin distinguir partidos
Los parlamentarios escuchaban con el ánimo encogido en el patio del Congreso los gritos que llegaban contra ellos desde la calle. La barrera de protección policial, con mallas, vallas, tanquetas y agentes a pie, con perros, y a caballo, no podía impedir que les llegaran muestras de desapego rotundas y sin matices. Desde la simplicidad del “ladrones”, al coreo de “ahí está la cueva de Alí Babá”. Por escrito, cientos de manifestantes ondeaban carteles artesanales, rudimentarios: “Que se vayan todos”. Y, otros, un cartel pequeño con un “NO”, solo un “no” en dirección al Congreso de los Diputados. Como si los moradores del Parlamento fueran un todo unívoco y no elegidos hace 10 meses en las urnas entre opciones diferentes.
La primera conclusión que extraen los expertos de lo que ocurrió el martes 25 de septiembre tras el lema Rodear el Congreso es que “la crisis económica ha precipitado un fenómeno que viene de lejos, cual es la crisis de la democracia representativa”, señala Pere Vilanova, catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad de Barcelona. “Se ha producido una fractura muy profunda entre los ciudadanos y lo que llaman la clase política: ellos y nosotros”. En su análisis interpreta que los ciudadanos ven a la clase política como “una casta corporativa que tiende a autoperpetuarse sin tener en cuenta los intereses generales, solo los suyos propios”.